Todo Bebé

Sigamos creciendo con nuestros hijos: A manera de prólogo

ALGO QUE PENSAR ANTES DE COMENZAR
Había una vez un acaudalado terrateniente, amo y señor de grandes praderas, valles y montañas en un hermoso lugar del mundo, que sintiendo que sus fuerzas comenzaban a agotarse, decidió llamar a sus hijos para comunicarles que pronto se retiraría y tenía que decidir quién de ellos lo sucedería.
Después de informarles sus planes, el padre le entregó a cada uno una bolsa con una variedad de semillas y les dijo:
Podéis escoger cualquier terreno dentro de los límites de mi propiedad para sembrar estas semillas. Aquel de vosotros que logre tener el mejor cultivo y traiga la mejor cosecha será mi sucesor.
Los cinco hijos partieron de inmediato a buscar el lugar en que establecerían su cultivo.
La hija mayor, Rosalía, escogió una vasta pradera rodeada de árboles frondosos que sirvieran de protección a su siembra. Colocó una a una las semillas con mucho esmero, y abonó la tierra con todos los ingredientes que podrían asegurarle una buena siembra. Cuando las semillas comenzaron a germinar, cuidó cautelosamente cada minuto de su proceso de desarrollo. Cuando caían fuertes aguaceros, las cubría para evitar que la lluvia pudiera maltratarlas; cuando los vientos soplaban con impulso, instalaba cercos de lona a su alrededor para que su fuerza no las fuera a doblar; cuando hacía demasiado sol, tendía enormes láminas que les hicieran sombra para evitar que el calor las fuera a lastimar. Para su satisfacción, las plantas crecieron muy rápido y pronto comenzaron a llenarse de bellas flores. Pero como eran débiles porque nunca habían tenido que enfrentar dificultades, no tuvieron la fortaleza para soportar las flores que brotaban de sus ramas. Así, la mayor parte de las flores se cayeron muy pronto y murieron antes de botar las semillas que se convertirían en nuevos frutos. Además, muchas plantas murieron porque no estaban listas para enfrentar las adversidades de la vida cuando crecieron. Con el tiempo, el cultivo de Rosalía se fue mermando mucho.
El segundo hijo, Anatolio, escogió un terreno cerca del río donde la tierra era muy fértil porque tenía agua en abundancia. Pensó que la mejor forma de que las plantas dieran cuantiosos frutos era dejándolas que crecieran libremente sin limitarlas en ninguna forma. Se aseguró tan solo de que tuviesen todo cuanto requerían y mucho más. Así, además de la humedad de que gozaban por su cercanía al río, Anatolio las regaba constantemente, las abonaba casi a diario, y les aplicaba cuanta cosa creía que podría ayudarlas a crecer mejor y más rápido. Todos observaban asombrados su cultivo, que sobresalía por su exuberancia. Pero como nunca podó las plantas, éstas crecieron desordenadamente y muchas terminaron asfixiadas por sus vecinas. Además, sus ramas eran largas pero débiles, debido a que la falta de poda había impedido que los tallos se fortalecieran. Por último, las raíces de muchas de ellas se pudrieron por exceso de agua y las plantas murieron. Contrario a lo que se esperaba, la cosecha de Anatolio fue bastante pobre.
La tercera hija, Margarita, tenía por meta cultivar las plantas más perfectas y hermosas que jamás se hubiesen visto en la región. Escogió para su siembra un lugar muy extenso, que le permitiera dejar espacios amplios entre una planta y otra para poderlas atender una por una. Cuando las plantas empezaron a crecer, arrancó todas aquellas que, en su parecer, no tenían la belleza esperada o la forma apropiada. Al cabo de un tiempo se dio cuenta de que le quedaban pocas y por eso duplicó sus esfuerzos para atender todos los detalles con extrema diligencia. Así, pasaba el día trabajando sin descanso, enderezando rama por rama, podándolas a toda hora y amarrándolas a estacas para asegurarse de que su forma fuese perfecta. A pesar de su esmero, las pocas plantas que sobrevivieron a su estricto «control de calidad» se veían maravillosas pero tardaron mucho tiempo en dar frutos, los cuales Margarita inspeccionaba con cuidado, rechazando todos los que parecían tener alguna falla, por minúscula que fuera. Al cabo del tiempo su cosecha fue tan escasa, que no obstante su belleza, su siembra no valía mayor cosa.
Por último, los dos hijos menores, Geranio y Violeta, resolvieron unir fuerzas y buscar terrenos contiguos de manera que se pudiesen ayudar mutuamente en la siembra. A pesar de que trabajaban muy duro, lo hacían con gran entusiasmo porque les rendía mucho el tiempo y disponían de buenos ratos para descansar y disfrutar de su labor. Mientras Geranio regaba las plantas de ambos cultivos, Violeta se encargaba de revisarlas y podarlas. Tenían tiempo para ocuparse de satisfacer las diferentes necesidades de cada una de las diversas especies: unas requerían más agua, mientras que otras necesitaban más sol, y algunas se negaban a crecer sin algo de sombra. Permitían que las plantas se enfrentaran a las lluvias y a los vientos, pero estaban atentos a protegerlas cuando corrían graves riesgos. Para su sorpresa, no sólo ambos cultivos fueron muy generosos sino que su rendimiento, no sólo en flores sino en frutos, fue muy superior al que habrían obtenido al sumar la producción individual de cada uno.
Un par de años después, el padre salió a visitar los cultivos de sus hijos. Desde la distancia pudo ver que los más sobresalientes eran los de sus hijos menores y se dirigió a ellos. Al llegar al sembrado de Geranio y Violeta, el padre se deleitó con la riqueza de sus plantaciones. Felicitó a sus hijos afectuosamente por haber unido sus fuerzas y les hizo ver cómo el trabajo en equipo duplicaba los rendimientos sin necesidad de duplicar los esfuerzos. Haber podido cuidar de la siembra con tanta dedicación y a la vez gozar de lo que hacían fue, según su padre, la clave para lograr los excelentes resultados que obtuvieron. Pero, sobre todo, admiró en sus hijos la capacidad de anteponer su deber a la ambición de ser los únicos amos y señores de sus propiedades. Resolvió dejar en sus manos la decisión sobre cómo se distribuirían el manejo de las tierras, y les dio algunos días para que le informaran sobre la forma como compartirían el poder.
Obedeciendo el mandato de su padre, Geranio y Violeta regresaron pocos días después. Le informaron que no dividirían el poder entre ellos dos sino entre los cinco hermanos, porque habían decidido compartirlo con todos.
?Rosalía ha comprendido que por facilitarles la vida a las plantas les complicó su destino; pero de ella podemos aprender el valor del compromiso y la capacidad para atender todos los detalles. Anatolio tiene mucho que enseñarnos sobre la importancia de respetar las cualidades individuales y su experiencia nos sirve para ver que no siempre dar más es dar lo mejor, así como para comprender la importancia de la moderación y la disciplina en todas nuestras actividades. Margarita ha demostrado un gran talento para determinar qué se necesita para resaltar la hermosura y armonía de cada planta, y su experiencia nos ayuda a ver que aun cuando la belleza exterior es importante, también hay que ocuparse de otras especies, no tan bellas, pero muy ricas en cualidades incluso más valiosas. Así, cada uno se hará cargo de aquellas funciones para las que tiene especial aptitud y todos podremos disfrutar de la bendición de tus dones?, le dijeron al padre.
Felizmente sorprendido por la decisión de sus hijos, el padre los felicitó por su generosidad y se alegró por los frutos obtenidos en su labor como cabeza de familia. Les aseguró que su mayor logro y satisfacción era retirarse habiendo dejado mucho más que bienes y dinero; ahora veía que también dejaba a sus hijos convertidos en personas sabias, íntegras, capaces de sembrar el bien y dispuestas a compartir las bendiciones que cosecharan.
Pocos años después el padre murió, luego de haber podido ver cómo sus tierras progresaban más que nunca en manos de sus hijos. Todos los habitantes de la comarca se beneficiaban con lo que producían, y el bienestar y la armonía de los cultivos se habían hecho extensivos a ellos y a sus familias.
Ángela Marulanda Gómez, colombiana, es educadora familiar, conferencista y consultora en temas relacionados con la formación de los hijos. Madre de cuatro hijos y con estudios de sociología, es escritora y columnista del prestigioso diario colombiano «El Tiempo», además de colaboradora de publicaciones latinoamericanas y sitios web. Entre sus otros libros destacan «Soy adolescente, ¡por favor entiéndanme!» y «Creciendo con nuestros hijos».
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